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El impacto social y ambiental del narco

Actualizado: 21 jul 2023


Una de las misiones más importantes en Dos Cuerpos es entender el trasfondo de todos nuestros productos, desde quién lo elabora, por qué y cómo, pero también el aspecto histórico, social y artístico que han tenido nuestros productos. Es por eso que les comparto mi opinión personal sobre el impacto social y ambiental del narco.


El alcohol siempre ha sido una droga legal en México. Durante el virreinato hubo algunas prohibiciones pero casi siempre fue legal. El cultivo de drogas en México, ha sido una actividad prehispánica y, por lo menos desde 1860, ha sido una actividad de México independiente. Las drogas evolucionaron a cargar con un valor criminal, justo cuando el estado intervino, cuando se prohibió el alcohol en Estados Unidos y después con Nixon, hasta con Calderón. Históricamente se han demonizado algunas otras drogas por medio de la iglesia y otras instituciones religiosas.


A Dos Cuerpos realmente solo le interesa la problemática del alcohol en México pero nos encontramos con un problema que se resume en esta pregunta: ¿Cómo se va a solucionar el problema ambiental sin solucionar el narcotráfico? Les compartimos las reflexiones que se nos han ocurrido de botepronto en especial sobre el texto de José Luis Carpio-Domínguez, Crimen organizado (narcotráfico) y conservación ambiental: el tema pendiente de la seguridad pública en México y el texto Narcotráfico y territorios en conflicto en México por Emilio Daniel Cunjama López y Alan García Huitrón. Vale la pena mencionar que ninguno de los autores son responsable por las reflexiones que acá compartimos.


Acá no interesa mencionar la historia del narcotráfico o la posible consolidación de un narco estado por encima del estado jurídico. Lo que sí podemos decir es que la criminalidad y la precariedad siempre se han relacionado por un ciclo de constante violencia. En ese sentido, el narco no surgió de la nada, pero al parecer, no está haciendo nada por cambiar este ciclo de violencia. Al final, queramos o no, el narco es uno de los articuladores del espacio más relevantes actualmente, en 2012, el 72% del territorio ya estaba controlado por ellos.


Esto es un tema de estado, de seguridad pública y de conservación ambiental, pero tenemos que hacer algo como empresas privadas e individuos que viven en este país. Solo para recapitular, es sabido que los grupos criminales que se dedican al narcotráfico utilizan áreas protegidas: “las áreas naturales protegidas más peligrosas se encuentran en los estados de Baja California, Sinaloa, Sonora, Chihuahua, Nuevo León, Tamaulipas, Coahuila, Durango, Hidalgo, Tlaxcala, Veracruz, Jalisco, Estado de México, Chiapas, Oaxaca y Guerrero (Ismael, 2019), mismos que representan el 50 % del total de estados de México”. También se sabe que se deforestan estas tierras para así poder crear terrenos aptos para la siembra de la amapola o de la mariguana.


Antes de la guerra contra el narco, las comunidades cercanas a los campos de producción, en su mayoría, algunas eran beneficiadas y otras simplemente no eran perjudicadas: “las acciones de conservación en los años previos a la guerra contra el narcotráfico se desarrollaron sin mayor problema, en un estado de respeto, donde los encargados de las ANP no se inmiscuían en las actividades de los grupos criminales y viceversa, siempre que se guardara la discreción de la información sobre la ubicación de los terrenos de producción de droga y sus asentamientos, o bien de las rutas de tráfico. “La verdad es que estas personas [narcotraficantes] siempre han estado en la zona, pero antes eran muy respetuosos del trabajo que hacíamos, ahora ya no podemos ni voltear a verlos” (comunicación personal, 20.09.2019).”


Aún así las repercusiones ambientales eran terribles, tal vez igual de terribles que las que provoca una fábrica de Coca-cola.


“Sin embargo, en 2006, durante el sexenio presidencial de Felipe Calderón Hinojosa, al plantearse el narcotráfico como un problema de salud pública, este se convirtió en la principal amenaza a la seguridad nacional (Moloesnik; Suárez de Garay, 2012) y marcó un antes y un después en el tema de la seguridad pública y la historia del narcotráfico en México”.


Entonces se cancelaron las actividades de conservación y tres años después, cuando se reanudaron, los estudiantes eran obligados a enfrentarse en una zona de guerra mientras solo protegían la tierra, la fauna y la flora. Es por eso que ahora, como dice el autor, la naturaleza debería ser considerada en los estudios de seguridad pública porque ahí convergen estructuras y dinámicas sociales que afectan ambiental y socialmente.


La naturaleza es un espacio público y si vamos a coexistir entre narcos, civiles y el estado, tenemos que hacer algo. Basta de bueno y malos de las historias, se trata de proteger el ambiente. De no morir en este pinche calor. Si coexistir con estas organizaciones criminales, gobierno o narco, significa salvar la biodiversidad y los ecosistemas, ¿deberíamos hacerlo? Dice:


“[Las personas] de la comunidad son chutameros [productores de amapola] porque es lo que han hecho siempre, platicando con uno de ellos me dice: qué más puedo hacer, he sido chutamero desde que tenía 7 años, es lo único que sé hacer (…) aquí siembran lo que les deja dinero, si el frijol o el maíz les diera lo mismo en ganancias, pues sembrarían frijol o maíz.” (Comunicación personal, 21.02.2020)


Ahora, tal vez lo que menos preocupa es el ambiente por las afectaciones de la guerra y la violencia que conlleva, pero creemos que todo se conecta, creemos que si dejamos de dividir entre quien siembra la droga buena, la mala, y quienes la consumen, podemos acercarnos más al concepto de paz. Como dicen Emilio Cunjama y Alana García, el espacio se defiende y se disputa.


“Para establecer una ciudad segura es necesario, como primer punto, reconocer que somos una sociedad con tremendas desigualdades, en la cual la inequidad y la violencia están íntimamente ligadas... La nueva criminología del espacio no solamente debe, como lo hicieron las anteriores corrientes, resaltar la relación delito-delincuente-ambiente, sino también deberá advertir que los espacios de conflicto están superpuestos a otros procesos económicos y políticos que les dan forma y dinamismo. Las zonas periféricas, marginadas, rezagadas y conflictivas no están construidas al margen de estos procesos, no son accidentes de la naturaleza, ni tampoco productos de la racionalidad criminal, son más bien espacios creados por efectos contradictorios, duales de una modernidad selectiva... El espacio como territorio de conflicto se encuentra relacionado con la valorización criminal y su razonamiento económico-político.”


O tal vez estamos locos, tal vez es mejor que los narcos sigan utilizando las ANP, allá, fuera de la mirada pública. Y si, mejor ni me meto, yo qué, tú qué, solo te vas a meter en pedos por hablar del narco. Entonces sí, que el narco sea un tema de sacrilegio en las comidas familiares. Mejor hay que pudrirnos en moralidades estúpidas.


En Dos Cuerpos nos dedicamos a las catas y a la distribución de destilados de agave y de vino mexicano. La cata es la reflexión del alcohol a probar y, en ese sentido, estos textos buscan que la reflexión sea constante. Déjanos saber si este texto te gustó, si te ayudó de alguna manera y en caso de que haya alguna discrepancia por favor déjanos saber.


También leer:


  • Narcotráfico y territorios en conflicto en México por Emilio Daniel Cunjama López* Alan García Huitrón**

  • Crimen organizado (narcotráfico) y conservación ambiental: el tema pendiente de la seguridad pública en México * . https://www.redalyc.org/journal/4763/476368272008/html/

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